Celia Cruz
(La Habana, 1924 - Fort Lee,
Estados Unidos, 2003) Cantante cubana, una de las más grandes intérpretes de
música latina del siglo XX. Ya en la década de 1950 cobró popularidad como
vocalista de La Sonora Matancera, una de las orquestas punteras de la Cuba de
Batista; el advenimiento de la revolución cubana (1959) forzó su exilio a los
Estados Unidos, donde se vinculó a los artistas latinos de Fania All-Stars e
inició su carrera en solitario.
A lo largo de más de medio
siglo de trayectoria artística, la indiscutible Reina de la Salsa grabó
alrededor de setenta álbumes y ochocientas canciones, cosechó veintitrés discos
de oro y recibió cinco premios Grammy. Mucho más relevantes, sin embargo,
fueron las innumerables giras y conciertos que prodigó por incontables países y
que hicieron de ella la embajadora mundial de la música cubana. Ciertamente,
Celia Cruz será siempre recordada por aquellas sensacionales actuaciones en
directo en las que desplegaba todo el magnetismo de su voz y de su arrolladora
personalidad; conciertos en los que era imposible no bailar y no sentirse
contagiado de su inagotable vitalidad y alegría.
Biografía
Celia Caridad Cruz Alfonso
nació en el barrio de Santos Suárez de La Habana el 21 de octubre de 1924, si
bien algunas fuentes señalan su nacimiento cuatro años antes, y otras en 1925,
datos todos ellos de difícil comprobación dada la persistente negativa de la
estrella a confesar su edad. Segunda hija de un fogonero de los ferrocarriles,
Simón Cruz, y del ama de casa Catalina Alfonso, Celia Cruz compartió su
infancia con sus tres hermanos (Dolores, Gladys y Barbarito) y once primos, y
sus quehaceres incluían arrullar con canciones de cuna a los más pequeños; así
empezó a cantar.
Su madre, que tenía una voz
espléndida, supo reconocer en ella la herencia de ese don cuando, con once o
doce años, la niña cantó para un turista que, encantado con la interpretación,
le compró un par de zapatos. Con otras canciones y nuevos forasteros, la
pequeña Celia calzó a todos los niños de la casa. Después se dedicó a observar
los bailes y las orquestas a través de las ventanas de los cafés cantantes, y
no veía la hora de saltar al interior.
Sin embargo, sólo su madre
aprobaba esa afición; su padre quería que fuese maestra, y Celia, no sin pesar,
intentó satisfacerle y estudiar magisterio. Pero pudo más el corazón: cuando
estaba a punto de terminar la carrera, la abandonó para ingresar en el
Conservatorio Nacional de Música. Ya por entonces cantaba y bailaba en las corralas
habaneras y participaba en programas radiofónicos para aficionados, como La
Hora del Té o La Corte Suprema del Aire, en los que obtenía primeros premios
tales como un pastel o una cadena de plata, hasta que por su interpretación del
tango Nostalgias recibió un pago de quince dólares en Radio García Cerrá.
Más tarde cantó en las
orquestas Gloria Matancera y Sonora Caracas y formó parte del espectáculo Las
mulatas de fuego, que recorrió Venezuela y México. En 1950, cuando ya había
intervenido en varias emisoras, pasó a integrar el elenco del célebre cabaret
Tropicana, donde la descubrió el director de La Sonora Matancera, el
guitarrista Rogelio Martínez, y la contrató para reemplazar a Myrta Silva, la
solista oficial de la orquesta. Con más de dos décadas de trayectoria a sus
espaldas, La Sonora Matancera era por entonces una orquesta popular, bien
conocida por su predilección por los ritmos negros y los sones de trompeta; con
la incorporación como primera vocalista de Celia Cruz, que acabaría siendo el
alma del grupo, la orquesta viviría su edad de oro.
La Sonora Matancera
A lo largo de los años
cincuenta, Celia Cruz y La Sonora Matancera brillaron en la Cuba de Pío Leyva,
Tito Gómez y Barbarito Díez; del irrepetible Benny Moré, del dúo Los Compadres,
con Compay Primo (Lorenzo Hierrezuelo) y Compay Segundo; la Cuba de Chico
O’Farril y su Sun sun babae, la Cuba de La conga de los Havana Cuban Boys, la
de Miguel Matamoros con su Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes, la
de Miguelito Valdés con su Babalú... Celia Cruz aportó su Cao Cao Maní Picao,
que se convirtió en un éxito, y otro tema posterior, Burundanga, la llevó a
Nueva York en abril de 1957 para recoger su primer disco de oro. Se había
ganado ya varios de los apodos y títulos con que quisieron distinguirla: fue la
Reina Rumba, la Guarachera de Oriente y, desde las primeras giras por México,
Argentina, Venezuela o Colombia, la Guarachera de Cuba.
Era, en definitiva, la Cuba
corrupta y bullanguera de los años cincuenta, sometida a la servil dictadura de
Fulgencio Batista (1952-1958). El 1 de enero de 1959, el dictador se vio
obligado a refugiarse en la República Dominicana ante el triunfo de la
revolución liderada por Fidel Castro y el Che Guevara, y la orquesta tuvo que
andar otros caminos. Aunque el mismo Fidel figuraba entre los admiradores de la
cantante, Celia Cruz soportaba mal que le dijeran qué y dónde tenía que cantar.
El 15 de julio de 1960, La Sonora Matancera en pleno consiguió el permiso para
presentarse en México, y una vez allí, en parte impulsada por el grave
deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, decidió no regresar.
Después de un año de aplausos
en la capital azteca, Celia Cruz se establecía en Estados Unidos y sellaba su
primer compromiso para actuar en el Palladium de Hollywood. Si bien declaró en
aquellos días «he abandonado todo lo que más quería porque intuí enseguida que
Fidel Castro quería implantar una dictadura comunista», su furibunda militancia
anticastrista cristalizó después, a partir del 7 de abril de 1962, cuando supo
de la muerte de su madre y no pudo entrar en la isla para asistir al entierro.
Llegó a confesar incluso que estaba dispuesta a inmolarse haciendo estallar una
bomba si con ello hacía desaparecer «al Comandante».
Tres meses después, el 14 de
julio de 1962, Celia Cruz se casó con el primer trompetista de la orquesta,
Pedro Knight, quien a partir de 1965, año en que ambos dejaron La Sonora
Matancera, se convirtió en su representante. Celia Cruz inició su trayectoria
como solista junto al percusionista Tito Puente, con el que grabó ocho álbumes.
Los jóvenes hispanos de Nueva York la descubrieron en 1973 en el Carnegie Hall,
cuando integraba el elenco de la «salsópera» Hommy, de Larry Harlow.
La Reina de la Salsa.
Posteriormente participó en un
legendario concierto grabado en vivo en el Yanquee Stadium con Fania All-Stars,
un conjunto formado por líderes de grupos latinos (así llamados porque grababan
para el sello Fania) que darían el impulso definitivo a un género musical que
había venido gestándose en los últimos años: la salsa. La cantante cubana era
ya una celebridad internacional cuando en 1974 grabó con el flautista
dominicano Johnny Pacheco el disco Celia & Johnny, considerado el primer clásico
del género.
Desde entonces, el éxito fue
la constante de los centenares de conciertos coreados por un público entregado
al grito de su Bemba colorá. Esa voz electrizante, su alegría contagiosa y el
llamativo vestuario fueron pronto una bandera de identidad de los inmigrantes.
Ella, a su vez, terminó por asumir el rol de estandarte del anticastrismo. Como
tal, Celia Cruz quiso dejar su impronta también en el cine, y participó como
actriz -ya lo había hecho varias veces como cantante- en Los reyes del mambo
(1992) y Cuando salí de Cuba (1995), porque ambas películas reflejaban
historias de los primeros exiliados cubanos, en parte cercanas a su propia
biografía.
«¡Azúcar!» era su potente
grito infeccioso, la contraseña de apertura y cierre de sus conciertos y la
clave para hacerse entender en todo el mundo. Difícilmente alguien ha bailado
más y ha hecho bailar más que esta cubana de sonrisa vivaz y persistente que
conquistó adeptos de todas las latitudes a lo largo de más de cincuenta años de
triunfante trayectoria. Cantante de guarachas, danzones, sones y rumbas en sus
comienzos, Celia Cruz siempre estuvo abierta a nuevas experiencias que la
llevaron a abordar otros ritmos y a unirse a proyectos en principio arriesgados
para una artista consagrada.
De este modo, no solamente se
erigió en la imagen distintiva de la salsa con orquestas como las de Tito
Puente, Willie Colón, Ray Barretto o Johnny Pacheco, sino que también llegó a
cantar incluso rock o tango, y a unir su poderosa voz a la de intérpretes tan
dispares como el británico David Byrne, el rumbero gitano Azuquita, el grupo
argentino Los Fabulosos Cadillacs, los españoles Jarabe de Palo y el rapero
haitiano Wyclef Jean, además de improvisar duetos con sus amigas Lola Flores y
Gloria Estefan, con damas del soul como las estadounidenses Dionne Warwick o
Patti LaBelle, y con el rey de la canción ranchera, el mexicano Vicente
Fernández.
Enfundada en sus fastuosos y
extravagantes vestidos, tocada con pelucas imposibles y encaramada sobre esos
zapatos únicos de alto tacón inexistente, Celia Cruz conservó hasta el último
momento una vitalidad insólita. Feliz con su flamante Grammy al mejor álbum de
salsa por La negra tiene tumbao (2001), en el verano de 2002 celebró el
cuadragésimo aniversario de su boda con Pedro Knight con una fiesta que le
organizó la cantante Lolita Flores en Madrid.
En noviembre, durante un
concierto en el Hipódromo de las Américas de la capital mexicana, empezó a
perder el control del habla. Al regresar a Estados Unidos se sometió a la
extirpación de un tumor cerebral; desgraciadamente, la enfermedad no tenía
remedio. Con el ruego expreso de que no se viera en ello una despedida, el 13
de marzo de 2003 apareció por última vez en público en el homenaje que la
comunidad latina le tributó en el teatro Jackie Gleason de Miami. Por esos
días, entre febrero y marzo, grabó un último disco que no llegaría a ver editado:
Regalo del alma.
Se sentía optimista y con
fuerzas, pero su dolencia pudo más que su portentosa energía: el 16 de julio de
2003 falleció en su casa en Fort Lee (Nueva Jersey), a los setenta y ocho años
de edad. Miles de compatriotas desfilaron ante sus restos primero en Miami y
luego en Nueva York, donde recibió sepultura. También los cubanos de la isla,
pese a la prohibición oficial que había pesado sobre su música durante más de
cuarenta años, lamentaron la desaparición de la más grande embajadora musical
de Cuba. Pocos días después de su fallecimiento fue homenajeada por sus
compañeros de profesión en la gala de entrega de los Grammy latinos.