Entrevista con Adelaida Fernández Ochoa
El baile y el mundo de la música popular afrocaribeña son
algunas de las pasiones de los caleños. Esa corriente de músicas mulatas, con
el impulso de las comunidades latinas en Nueva York, se va a constituir en una
poderosa mezcla de ritmos que se van a rotular como Salsa. Ese universo, sus
meandros y sentires, lo retrata muy bien la escritora caleña Adelaida Fernández
Ochoa en su más reciente novela Toques de son colorá, recién publicada por la
editorial Seix Barral.
Entrevista.
Darío Henao (D.H): En esta tu tercera novela, como en Que
los busquen en el río y Afuera crece un mundo, sigues en la misma línea de
adentrarte en la vida y el mundo de personajes de los sectores populares. En
Toques de son colorá, de la mano de Rosa María Carabalí Mendoza, su personaje
principal, nos adentramos en la vida del baile y la cultura popular alrededor
de la salsa. ¿Cómo creaste y cómo fue el proceso de escritura alrededor de este
personaje tan bello y entrañable?
Adelaida Fernández (A.F): Primero que todo, la identidad y
el sentir caleño juegan un papel importante; el pensar que hacía falta una
mención y desarrollar estos personajes tan interesantes que son los bailarines
de salsa, que han contribuido a consolidar desde la vieja guardia, desde los
años 70, este espíritu caleño que, más que rumbero, es optimista y resiliente.
Así es el espíritu del caleño. Un espíritu resiliente, por encima de todos los
dramas, y esa fortaleza espiritual la encuentra en el ritmo, ese ritmo que nos
viene de África, y que describe y exalta de una manera tan bella el escritor
cubano Alejo Carpentier en su libro La música en Cuba/ Temas de la lira y el
bongó.
D.H: Todo escritor consigue un dispositivo, un mecanismo de
representación que sustenta su obra narrativa. En el caso tuyo, consigues algo
novedoso en la literatura colombiana sobre estos temas: darle una dimensión
mítica de matriz africana al baile, al tambor, a lo que significa
antropológicamente esa herencia para los caleños. Narra el propio Changó.
Además utiliza poéticamente las ritualidades de las religiones de matriz
africana. Rosa María cuando baila está poseída por Changó, el dios que la
protege. Cuando ella baila, esta deidad yoruba le baja, y de ahí el poderío
hipnótico de su cuerpo. ¿En qué momento elabora esa perspectiva?
A.F: Ese elemento mítico, base religiosa de la santería, de
la regla de Ocha, de la regla Conga o santería Palo monte, está contenido en
muchas canciones de salsa. Richie Ray y los pontífices de la salsa le cantaron
a Changó. De hecho, uno de los paratextos de la novela es sobre el tema ”Lo
atara la arache” (Richie Ray, Bobby Cruz, 1967). Dice:
A la, la le, le lo le lo la
Oiga mi socio, oiga mi cumbila le voy a encama calo
le lo la o lo, lo, lo, lo
en filame pa’los Anforo, como le gilo Este butin
¡Guaguancó!
De hecho los salseros siempre hicieron mención de asuntos
relacionados con la liturgia, con la liturgia conga, con la liturgia de Ocha.
Siempre hicieron referencia a elementos litúrgicos, a las deidades yorubas. Le
cantaron a Changó, a Babalú Ayé, a los distintos Orishas. Muchas veces era solo
una mención. Fíjate que hay una canción, ”La culebra” (Banda Machos, 1992), que
dice:
Ven pa’ca
Cuidado con la culebra que muerde los pies
Uno la canta, pero eso tiene un trasfondo, y se relaciona
con asuntos totémicos, simbólicos, que salían en estos desfiles de reyes que
hacían a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Estas comparsas en
Cuba se les permitían hacer a los negros, quienes organizaban unas coreografías
absolutamente primorosas, llenas de ritmo, de música, y entonces un muy buen
bailarín portaba una culebra que seguramente hacían de tela, o qué sé yo. Ellos
llevaban esa culebra, y al final de la representación, mataban a la culebra.
Otros llevaban un alacrán. Muchas de las cosas que se dicen de la lírica de la
salsa, de Richie Ray y de todas estas estrellas de la Fania, hacen referencia a
muchos asuntos de esa estirpe que tienen ese origen. Siempre se han cantado y
se cantan así de manera desprevenida. Por ejemplo, Héctor Lavoe, quien tiene
pregones de santería; Ismael Rivera y sus soneos que hacen referencia a todo
este universo filosófico-religioso. Entonces me pareció muy válido reelaborarlo
como cosmovisión en mi novela.
En Cali tenemos un bailadero que se llama Changó. ¿Por qué
se llama así? Incluso tenemos leyendas urbanas en relación con eso. Entonces
encontré que era válido destacar ese aspecto en la novela.
D.H: Hiciste una investigación muy juiciosa sobre lo que
está detrás de ese universo. Recordando mis estudios de hace algunos años sobre
la religiosidad de matriz africana, empecé a tomar conciencia que bailaba ”Que
viva Changó” (Celina y Reutilio, 1956), pero nunca me preguntaba quién era
Changó. Eso es lo que le pasa a todos los bailadores nuestros. De todas estas
músicas que nos han llegado, no tenemos conocimiento de esa ritualidad, de esa
religiosidad, de todo lo que hay detrás. Creo que lo que has hecho en esta
novela es rescatar ese universo mítico, mágico, religioso y ritual que hay
detrás, y que por supuesto, muchos de los compositores de la salsa y de la
música anterior a la salsa, afrocaribeña, por ejemplo, de Celina y Reutilio o
de Celia Cruz, que era devota de la santería. Es un mundo que está muy
atravesado por eso. Aparece en la música de muchos de ellos. Pero claro, se
paganiza y entonces el bailarín actual no sabe. Cuéntanos un poco sobre tus
investigaciones alrededor de esto. Ya mencionaste a Alejo Carpentier, pero hay
muchos otros. A través de tus lecturas uno se da cuenta que hubo un trabajo muy
juicioso alrededor de este universo que hay detrás del baile y de la danza.
A.F: Además del libro de Carpentier que ya mencioné, fueron
fuentes muy importantes: Lydia Cabrera (importante antropóloga cubana del siglo
XX) con El Monte, y Joel James Figarola (importante intelectual cubano del sigo
XX) con La brujera cubana y el Palo monte. Tiene un texto que se llama El
Palomonte, que es una aproximación al pensamiento abstracto de la cubanía. Este
fue un texto muy importante para esta parte. También fue importante la lectura
de Changó, el gran putas (Manuel Zapata Olivella, 1980). Un texto inspirador.
También leí a los cronistas de la salsa: Alejandro Ulloa (investigador de la
Escuela de Comunicación Social de Univalle), Medardo Arias (escritor y
periodista), Jorge Pelaez, Sergio Santana Archbold (ingeniero civil e
investigador de la salsa) y los libros de Umberto Valverde. He leído a todos
estos cronistas de la salsa. A algunos los releí. Fueron fuentes que me
ayudaron a configurar la novela. A parte de eso, pues mi experiencia de vida
como caleña. No pertenezco a esa vieja guardia, pero estuve ahí. Los de la
vieja guardia son personas devotas y todavía tienen su gallada. Eso también nos
arropó, influyó e informó.
D.H: Has hecho una mención que considero fundamental además de
todos esos autores que has estudiado, que se siente esto tan rico, tan denso,
poético, y son los metafísicos. Creo que has logrado restituirle a este
universo su metafísica, que fue lo que hizo Manuel Zapata en Changó, el gran
putas. Creo que la primera parte de que tú novela, titulada Pieza de rumba, se
corresponde a lo que hace el poema inicial de Changó, el gran putas: Los
orígenes. Si uno quiere entender de ahí en adelante toda la historia de tu
novela, uno tiene que desbaratar el comienzo. Todo está ahí porque es el
universo mítico-simbólico que explica, alimenta e ilumina toda la historia de
esta mujer, de sus amigos, del tema de los bailadores, del barrio. Todas estas
historias tan hermosas que cuentas. Y ese homenaje que le haces a los barrios populares.
¿Cuál fue tu barrio popular y cuáles frecuentaste y naciste para este universo?
A.F: Fueron dos barrios: La Floresta y el Manuel María
Buenaventura. Esos dos barrios me marcaron muchísimo. Sus alrededores, el
barrio Obrero, Junín, El Jardín, Las Acacias, El Municipal. Fueron barrios que
me fueron configurando y determinando a esto que definí después que fue la
escritura de la novela.
D.H: Le haces un homenaje a los grandes bailaderos de la
época. Por ejemplo, el Séptimo Cielo, un lugar emblemático. Está Agapito, Los
Compadres, hasta que terminan en esa bella historia de la discoteca Changó, que
no es una historia cualquiera, sino de la crónica mítica ambientada por unos
rayos de Changó. Hay una conjunción de lo real-empírico y lo mítico en el
surgimiento de esa discoteca. Esa es una solución poética extraordinaria que
tiene tu novela. Cuéntanos sobre ese tipo de hallazgos que fueron empujando
toda la narrativa posterior a este primer gran capítulo que da inicio a la
dimensión mítico-simbólica de la novela.
A.F: Ahí hay un capítulo puente, como te digo. Tengo
presente esta ritualidad, esta liturgia que consiste en que el espíritu de Changó
desciende sobre el bailador, y esa se llama el bembé, un baile ritual. En el
bembé esta deidad toma posesión del bailador y eso sucede en una situación de
baile, de goce, de identidad con el ritmo, que es lo que le sucede a estos
bailadores. Ese mismo baile, esa rumba, esos soneos, esos temas, esos ritmos,
todo eso contribuye a cohesionar a un grupo humano, a un grupo de amigos, y a
conducirlos a lo largo de generaciones y a constituirse en lo que ahora se
llama ”La vieja guardia”, que sostiene esa tradición. La salsa, la pachanga, el
son, el bolero antillano, son ritmos que se mantienen vigentes gracias al
bailador caleño. El bailador caleño tiene en la vieja guardia un respaldo
grande y una motivación, y ahora, con las escuelas de salsa, se configura de
manera completa esa condición del espíritu caleño y de lo que ha aportado la
vieja guardia a la cultura. Entonces pensé que, en efecto, hacía falta ese
reconocimiento, ese homenaje al bailador caleño. En cuanto a la selección de
los personajes, toda vida siempre tiene como motor un drama. Uno no quisiera
que fuera así, pero resulta que el motor fundamental de muchos movimientos es
el drama ¿Qué sería de una novela sin el drama? Aquí arrancan unas situaciones
muy puntuales, dramáticas en la vida de un ser humano, como la muerte, la
violencia, pero por otro lado, también están los nacimientos. Es eso.
D.H: Llama mucho la atención la estructura de la novela.
Desde un comienzo el lector sabe que la protagonista está enferma y se va a
morir. La despedida es maravillosa: una cena comunal, la despiden como se
merece una protegida de Changó que tiene que irse de este mundo porque tiene
cirrosis. Era una modista, estuvo vinculada a las escuelas de salsa y cosía
para ellas. Alrededor de la historia de esta mujer se va tejiendo un mundo. El
lector ya sabe que ella está desahuciada. Sin embargo, lo que sigue es ver todo
lo que significó ella en la historia, en cuanto a sus amigos y toda la manera
como tú lo haces, siguiéndole la pista a la vida de esta mujer que está muy
vinculada al barrio y a sus amigos. Algo que me parece muy hermoso es que
construyes el personaje como una mujer autónoma que hace lo que quiere.
Háblanos sobre este tema.
A.F: Pensé mucho en esa mujer nueva, pero esa mujer nueva
empieza a forjarse en esa década de los años 70. Empieza a forjarse, entre
muchas otras cosas, con muchos movimientos. Pienso en el movimiento hippie
”Haga el amor y no la guerra”, en los pronunciamientos contra la guerra de
Vietnam. Hay un tema bien lindo de la Fania, Larry Harlow (artista cubano
nacido en 1939), el de la Ópera Hommy, donde lo menciona. Por allá hay otro
tema de Colón donde también se habla de no a la guerra. En esa época hubo unos
movimientos muy importantes que constituyeron una ruptura con una tradición que
ya estaba haciendo daño. Pienso que todos esos movimientos libertarios, y el
movimiento hippie, fueron fundamentales para ayudar a forjar a esta nueva mujer
que asumió una autonomía y que resolvió ella sola sus dramas. También lo que se
encuentra en nuestro panorama nacional, de cómo hay un porcentaje muy alto de
mujeres que son cabeza de familia. Esto también un poco inspirado en esa gran
cantidad de mujeres que son cabeza de familia y que lo han hecho muy bien, y
que se liberan de mucho atavismo. Se liberan de mucho lastre. Eso también me
ayudó para configurar el personaje.
D.H: Es muy bello el círculo de amigos del personaje, cómo
los vas construyendo y generándole a cada uno sus dramas. Por ejemplo uno que
quiso ser compositor y no pudo; el otro que tocaba; las dos amigas; María
Belén, que es la dueña de la escuela. ¿Esto de los bailaderos está inspirado en
alguna caseta real?
A.F: Entiendo que en Cali hay como cuatrocientas escuelas de
salsa. Cada bailador tiene su gallada. Los bailadores en Cali no son
solitarios. Ellos tienen su gallada, sus amigos. Así se ha construido esa
identidad, con esos grupos. Esos grupos tienen una característica: son
solidarios. Me recuerda a Alejo Carpentier, que es otra de mis fuentes, muy
importante. La música en Cuba cuenta cómo se constituyen grupos entre las
distintas comunidades que se encuentran, que proceden de diferentes partes de
África. Ellos llegan y forman grupos. De ahí salen los ñañigos (Sociedad
secreta de Abakuá, en Cuba). Resulta que los ñañigos son muy celosos de su
liturgia. Resulta que el bailador caleño es muy celoso de su música, es un
melómano. El bailador parece un devoto porque de manera religiosa va al
bailadero, se encuentra con los amigos. Entonces sí, el personaje tenía que
tener su gallada, que empezó a armarse en esos años 70 con esa solidaridad,
pero también está el elemento que desequilibra y rompe la armonía, que los
desestabiliza, y sin embargo, lo sobrellevan. Es básicamente eso, el salsero y
el bailador tienen su gallada.
D.H: Con unas fidelidades y unas ritualidades para todos. Es
muy bello como vas construyendo esa cotidianidad y las costumbres de cada uno,
que corresponde a eso que estás señalando. Por ahí hay una pregunta muy obvia,
pero importante, y es el papel que le das en la historia a la orquesta Fania.
Es central. Estás todo el tiempo mencionándola, e incluso hay muchas pequeñas
letras y cosas para los que somos devotos de la Fania, que nos formamos con la
Fania. Cuéntanos tu relación con la Fania y cómo elaboraste todo eso ya en términos
novelísticos.
A.F: La Fania se constituyó con virtuosos de verdad, con
músicos y cantantes extraordinarios. Me parece maravilloso encontrarme en un
coro a Pete El Conde Rodriguez, acompañado de Héctor Lavoe, por ejemplo. O
encontrarme con que en ese coro está Ismael Rivera. Es impresionante ver cómo
esos cantantes tan grandes están en esos coros. De allí salen unas
composiciones magníficas. Entonces es eso. Es haber encontrado esa riqueza
musical en ellos. Esas composiciones. La Fania los abarcó a todos, hasta a los
que no querían estar ahí. Ismael Rivera no quería estar ahí, y resulta que lo
abarcó la Fania, porque la Fania fue como un pulpo. Terminó incorporado a la
Fania. Muchos que no quisieron, como Ángel Canales, fue más bien independiente.
Él era pulidor de diamantes. Le pagaban más a los músicos que Masuchi. Muy
pocos no estuvieron en la Fania. Ángel Canales fue extraordinario.
D.H: Sí, Ángel Canales fue muy bueno. Ya para finalizar,
después de esa inmersión tan hermosa que has hecho en el mundo popular caleño a
partir de la música, que lo has puesto en esa dimensión mítica, creo que es el
gran aporte que haces como escritora a la literatura actual colombiana. Creo
que nadie lo ha hecho. Después de esta inmersión tan extraordinaria que has hecho
en el mundo popular caleño, que es de nuestros orígenes, ¿qué sigue? Cuéntanos
en qué andas. Siempre estás terminando una novela y estás trabajando en la que
sigue, o la vienes trabajando paralelamente. No sé cómo es tu método, pero sé
que tienes una cosa muy bonita ya avanzada, para que cerremos con esta
primicia, que nos cuentes en que estás trabajando ahora.
A.F: Estoy puliendo una novela que se llama El amargo sabor
de las lentejas. Es una novela en la que todo trata sobre el amor; el humor, el
amor y la muerte, dijo aquel filósofo de los años 70 en Cali, que fue tan
querido, que causó sensación. Esos tres elementos siempre están presentes en
una novela bajo diferentes formas. Es sobre uno de estos dramas que vivimos los
colombianos y algunas personas que las viven de una manera absolutamente
dramática y trágica, y es el tema de la desaparición de un ser querido, la
búsqueda de un desaparecido; la angustia de quien busca al desaparecido y de
las infamias que sufre una persona en cautiverio. Ese es el asunto de El amargo
sabor de las lentejas.
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