martes, 3 de mayo de 2022

DOCUMENTAL: Bogotá Distrito Vinilo Una Historia Oral


 

Bogotá Distrito Vinilo: Una Historia Oral es un documental de Rodrigo Eduardo Armenta y Mario Felipe Ortega. Vaya por delante, que es magnífico. Es una muestra clara y precisa de como la música puede transformar una ciudad desde diferentes miradas. Lo ha producido Ortega y lo han rodado Armenta y Vanesa Monroy con la colaboración de Óscar Garzón. Vale la pena verlo.

 
Se trata de una reivindicación del vinilo y de su poder mágico y atractivo. Cada uno de los personajes que intervienen en el metraje describen su amor por el vinilo (acetato, como se suele llamar en las calles bogotanas). Y cada uno de ellos demuestra ese amor a través de su oficio: el DJ porque es el operador de una máquina de sonidos que no admite piloto automático, el músico porque la reproducción de su arte es más fiel en los surcos recorridos por una aguja, el productor porque hacerlo devuelve al mundo de la música grabada a sus orígenes.
 
El documental comienza con Monsóniko Chapetúo explicando el sistema técnico de la reproducción de vinilos. A continuación van apareciendo Charles King, Andrés Aceves, Randy Mulato, Mijail Effects, Dmoe, Luis Guillot, Barbaroja, Dirty Salsa, Dr. Tiger, DJ Fresh, Mario Galeano, Diana Sanmiguel, Daniel Michel, Tony Peñaredonda, Matías Lederer, Lucas Silva, Luis Daniel Vega, Mateo Rivano, DJ Tom, Eric Banta, Jacobo Vargas, Orlando Ramos o Jairo Álvarez, que nos dice: la música digital es como un electrocardiograma, mientras que la música en acetato es de ondas. Y atrae automáticamente nuestra atención.
 
Esto está hirviendo, dice Lederer; hay una escena contundente, exploraciones, vanguardismo, experimentación sin límites, dice Aceves; es un lenguaje mestizo, citadino, perfecto, dice Silva. Y mientras ellos cuentan sus historias con emoción, en el minuto 28 presenciamos una master class de scratch a cargo de Dmoe con la introducción de Siembra, de Willie Colón & Rubén Blades.
 
La generación que habla en este documental de casi dos horas de duración, es la generación hija de la salsa, la que creció viendo a sus padres como ponían en las fiestas familiares a Lavoe, Palmieri y Fruko en los equipos de sonido en forma de torre que proliferaron entre los años 70 y 80. Esos equipos de sonido, que se vendían sin IVA en San Andresito, poblaron Bogotá, de la misma forma que en los años 50 lo hicieran las radiolas de madera, primeras reproductoras de vinilos. Las abuelas de la cultura vinilera actual.
 

¿Pero se trata de una cultura o de una moda?, ¿es esto un boom pasajero o es el mantenimiento de una tradición?

Cultura es. No sólo en Bogotá, sino en todas las grandes ciudades. Antes de la pandemia, el Instituto Distrital de Turismo realizó La Ruta del Vinilo (o El Vinilo es Turismo), con el apoyo de la Alcaldía de Bogotá y la curaduría de Rodrigo Duarte. Y como lo anotábamos aquí en Radio Gladys Palmera, se trataba del embrión de un proyecto de turismo alternativo, porque el vinilo supone también un estilo de vida. A su alrededor hay buena música, hay libros, hay gastronomía. Un vinilo, decíamos, necesita cuidado y cariño, como lo necesita un libro o una bicicleta.
 
En este sentido, Bogotá se acerca a lo que hizo Cali con El Encuentro de Melómanos y Coleccionistas, creado por Gary Domínguez, DJ y productor musical que recogió a su vez experiencias en San Juan o Nueva York. Y también se acerca a lo que se hace en Williamsburg, al oeste de Brooklyn, con todo el ambiente transcultural y alternativo que generan espacios como Rough Trade Records.
 
Y tradición también, porque hay un pasado. La moda y el boom seguramente serán sucedidos por otros momentos de euforia, pero en la memoria colectiva, esta cultura vinilera de hoy dejará un legado de amor por el disco.
 
La génesis de la cultura vinilera en Bogotá arrancó a finales de los años 70 con unos “top mantas” que se ubicaban en la calle 19 entre carreras 7 y 8 costado sur. La avidez del público por encontrar cosas diferentes que las tiendas habituales no ofrecían, hizo a sus vendedores muy populares en toda la ciudad y al poco tiempo ya habían pasado de mantas en el suelo a casetas metálicas que cubrían ambos costados de la acera.


Los pioneros de esas ventas fueron Antonio Lozano, Saúl Álvarez y sus hermanos, Fernando Martínez, Pedro y Jacobo Vargas, y una serie de vendedores más que ofrecían de todo, viejo y nuevo, algunos por encargo. Así las cosas, melómanos, radiodifusores, DJs de taberna y coleccionistas acudían todas las semanas en busca de aquellas rarezas. Eduardo Arias buscaba rock, Karl Troller y Ángel Perea buscaban reggae, Moncho Viñas e Ismael Carreño buscaban salsa, y así hasta el infinito y más allá. Como bien reseñó Gustavo Gómez Córdoba, para todos los que nos tocó volvernos adultos en los años 80 y 90, Saúl era aquel que cumplía la función del Internet hoy en día.
 
Justamente, en esos años citados, las casetas fueron recogidas por la Alcaldía tras una serie de medidas tomadas por el alcalde Andrés Pastrana (Código de Policía para el Distrito Especial y Ley 9 de 1989 para la reforma urbana) y se construyó el centro comercial Omni en la esquina de la octava con 19, a donde fue a parar la mayoría. El público siguió yendo, pero dos cosas habían cambiado: ese aspecto romántico que daba la informalidad de las casetas, y que el vinilo había dado paso al CD.
 
Contaba Miguel Antonio Cruz, de Javeriana Estéreo, que La red de intercambios musicales y de eternos encargos se fue diluyendo… Por esta época llegaron los primeros compact disc, buena parte de ellos dedicados al jazz latino y la música clásica; las estanterías poco a poco fueron remplazando los LP por las cajitas de los CD, aunque había todavía algunos románticos que las rechazaban y preferían el viejo acetato.
 
Pero fue indudable que el CD lo invadió todo. El final del Siglo XX y el comienzo del Siglo XXI está marcado por su boom; y para la música latina por la aparición de casas discográficas (Strut), eventos (LAMC), estaciones de radio (Radio Gladys Palmera) y músicos que fundían tradición y electrónica (Sidestepper). Así que el vinilo se tomó su tiempo de receso. Y resulta llamativo que fueran estas disqueras, festivales, emisoras y bandas nacidas en el CD, las que volvieran a poner al vinilo de moda.
 
El CD estuvo relativamente pocos años en el primer lugar de la industria porque la tecnología va muy rápido. Cuando el mp3 lo destronó, el objeto físico desapareció y sin algo tangible la música perdía parte de su esencia. Muchas fueron las horas en el MIDEM en las que la industria discográfica replanteaba su futuro.
 
Sin embargo, fueron los coleccionistas los que impulsaron el revival. El libro Fuera Zapato Viejo, editado por El Malpensante e IDARTES, con edición de Mario Jursich, muestra a aquellos conservadores de vinilo que lo mantuvieron vivo contra viento y marea en Bogotá. En la mayoría de casos se trataba de tabernas y salsotecas donde alternaban vinilo y CD, y que vieron al mp3 como algo terriblemente impersonal. Yo ponía música en CD, pero los bares fueron los que empezaron a decirme: oiga, ponga en vinilo, cuenta Dirty Salsa, del colectivo Vinileros del Trópico.
 
La salsa fue la mecha, pero internet y el mundo que apareció en las pantallas digitales también ayudó. Este fue el elemento motivador para que la inquietud musical de los artistas les hiciera perder el miedo a experimentar con sonidos que antes se veían muy lejanos. El resto lo hicieron los bares, tabernas, discotecas, venues y ravés que le dieron la alternativa a esos músicos con tipos diferentes de música.
 
Como cuenta Vega, Hace unos años Bogotá fue considerada por la UNESCO una de las tres capitales musicales del mundo… Ahora un fin de semana uno puede asistir fácilmente a 30 ó 50 conciertos de cualquier tipo de géneros musicales.
 
Y aquí viene la primera conclusión de este documental: ¿tienen los músicos en Bogotá, que son muchísimos, una opción de grabar en vinilo? Si, pero en el exterior. En Colombia, no. Como cuenta Mario Galeano hay una tristísima falta de máquinas prensadoras. América Latina pasó de 120 a solamente dos prensadoras, dice antes de concluir, Volver a la fabricación de vinilos es costoso. Y esto vale (para hacer más triste el cuento) incluso para la piratería musical.
 
La segunda conclusión tiene que ver con la temática de Los 14 Cañonazos son sinónimo de colombianidad, argumenta Tony Peñaredonda de Discos Fuentes. Y es verdad, este boom del vinilo es el boom de la música tropical en vinilo. Eso ha disparado los precios y la especulación está a la vuelta de la esquina (léase eBay, TodoColeccion y demás plataformas online).
 
Quedan muy pocos vinilos en el mercado, dice alguien. Pero siempre, no se sabe como, aparece una versión casi perfecta de un vinilo muy buscado. Lo sabemos por experiencia. Quizás por eso también a esta nueva generación le cuesta compartir abiertamente lo que tienen, sus joyas. Cuidan sus gemas vinileras como oro en polvo. Eso asegura que el vinilo se conserve, pero que muy pocas personas lo conozcan.. El celo excesivo es una barrera que esta cultura debe vencer.
 
Y la última conclusión es que todo esto no puede ser excluyente. Así como hay un Encuentro de Melomanitos en la Feria de Cali, donde los niños presentan sus discos favoritos y los ponen ante la gente, y así como hay un mundo de mujeres vinileras en Ciudad de México y en la propia Bogotá (Los Rulos Vinyl Club y otros colectivos), tiene que haber una amplitud de miras. Es importante aprender, ver lo que hace la comunidad chicana en San Francisco, por ejemplo, e integrar a la familia en una verdadera cultura ciudadana.




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