En la celebración del centenario del natalicio de Alfredo Díez, recordamos algunos hitos y curiosidades de su inconmensurable catálogo.
El 21 de marzo de 1922 nació en Medellín Alfredo Díez
Montoya, quien 28 años más tarde fundó Zeida, una de las empresas que
apuntalaron la industria discográfica colombiana en la década de los cincuenta.
De ese afortunado suceso han pasado más de 7 décadas en las que Codiscos –como
se llamó desde mediados de los cincuenta la sociedad comercial que acogió a
Zeida y otros sellos aledaños como Costeño y Famoso- se ha convertido en pieza
sustancial de la banda sonora colombiana.
En la celebración del centenario del natalicio de Alfredo
Díez, recordamos algunos hitos y curiosidades de su inconmensurable catálogo.
El primer disco prensado
La música guasca o carrilera, como se le llamó a la
música campesina antioqueña, se hizo muy popular entre las décadas de los 30 y
los 40. Influenciada por el cine y la música mexicana –así como por el tango y
los pasillos ecuatorianos- esta práctica musical de carácter nostálgico y
tremendista fue la protagonista del primer disco local publicado por Zeida. Se
trató de un sencillo a 78 RPM firmado por Los Hermanos Gutiérrez, una pequeña
estudiantina conformada por Luis Eduardo, Manuel Antonio y Carlos Emilio, tres
mecánicos que en 1944 se instalaron en el barrio Corazón de Jesús en Medellín.
La eterna orquídea
Antes de fundar Codiscos, Alfredo Diez Montoya y sus
hermanos –Alberto y Horacio- hicieron parte de Discos Silver en sociedad con
los hermanos Julio y José Ramírez Johns, este último, padre de Margoth Ramírez,
con quien Alfredo contrajo nupcias el 7 de julio de 1944. En Sorrento, la finca
de su suegro, ubicada en El Poblado, el naciente empresario se enamoró de una
de las catleyas que José coleccionaba primorosamente. Meses después de los
primeros prensajes de Zeida, la orquídea empezó a aparecer en las etiquetas de
los discos, convirtiéndose en el símbolo distintivo de la compañía.
Las primeras portadas a color
A mediados de la década de los cincuenta, la empresa
fundada por Alfredo Díez pasó a llamarse Codiscos, quedando Zeida como un sello
enfocado en la música popular. Una de las innovaciones más notables de aquellos
días fue que sustituyeron las fundas de papel estraza –en las que habitualmente
se empacaban los discos-por planchas de cartón cuadradas ilustradas a todo
color. De esa primera serie –que contenía discos de 10 pulgadas- alcanzaron a
editarse, al menos, 20 títulos que abarcaban producciones de El Dueto de
Antaño, Lucho Bermúdez, Espinosa y Bedoya, Trío Emilio Murillo, Trío
Grancolombiano y Edmundo Arias, ente otras referencias muy apetecidas en el mundo
del coleccionismo. Muchas de las portadas de estilo modernista que acompañan
estas grabaciones están firmadas por Agres, una mujer o un hombre cuya
biografía permanece en el más absoluto misterio.
El Morocho del Abasto
En 1957, Codiscos se había posicionado como una de las
empresas más reconocidas del ámbito discográfico latinoamericano. Una de sus
estrategias fue prensar y distribuir sellos como Capitol Records, EMI, Warner y
Odeón. Esta última tenía en su repertorio la música de Carlos Gardel a quien
Codiscos le rindió tributo, 22 años después de su trágico accidente, con la
instalación de una placa conmemorativa en el aeropuerto Olaya Herrera y la
publicación de una colección de nueve álbumes.
¿El primer rock ‘n’ roll colombiano grabado?
Los vestigios fonográficos más antiguos de rock hecho en
Colombia fueron grabados a finales de la década de los cincuenta. Uno de ellos
es la insólita “Okey baby” (Discos Fuentes, 0591) de Carlos Román y su Sonora
Vallenata, probablemente editada en 1958. En abril de ese mismo año apareció el
debut de Los Teen Agers, registrado en el estudio de Codiscos ubicado en el
centro de la capital de Antioquia entre las calles Junín y Ayacucho. Dentro de
la variedad sonora del disco - mambo, baión, danzón, fox, vals y blues- se
destaca “Gran ritmo”, un cándido remedo de Bill Haley. Firmada por un tal Otto
Gunval –que no es otro que Octavio González, acordeonista original del
cuarteto- la canción es un bocado delicioso por su ritmo destartalado, el
diálogo ingenuo entre guitarra y acordeón de teclado, el desvergonzado inglés
macarrónico y un inesperado solo de batería interpretado con gracia jazzera por
Luis Fernando Jaramillo.
Las escobas que cantan
Guillermo Díez Ramírez, el segundo hijo de Alfredo y
Margoth, escuchó a The Beatles durante su temporada de estudios en Estados
Unidos. Fue él quien impulsó la licencia y posterior publicación en Colombia de
‘Meet the Beatles’, el segundo álbum oficial del cuarteto de Liverpool, a cuyo
título le agregaron un curioso apellido: “Las escobas que cantan”. Fue el
primero de una serie muy codiciada que comprende 15 álbumes y 10 “compactos”,
como se les conoció en su momento a los discos publicados en pastas de 7
pulgadas que giraban a 33 RPM y que contenían dos canciones por cada lado.
Costeño, el sello de la palmera
En 1968, al mismo tiempo que se llevó a cabo la primera
edición del Festival de la Leyenda Vallenata, nació Costeño, filial de Codiscos
que le dio un giro trascendental a la historia de la música de acordeón. En el
libro ‘MTM Entre la tradición y la innovación. Historia cultural de una
compañía discográfica’ (2018), Humberto Moreno, uno de los creadores de la
marca, le contó al sociólogo David García las razones de su empeño: «Desde los
años cincuenta, sobre todo en Barranquilla, a todo el vallenato que tenía
acordeón lo llamaban “música corroncha”, y ese término tenía cierto aire
despectivo por el origen campesino de la música. Pero yo ya en esa época creía,
y sigo creyendo, que se trata de una música valiosa en términos musicales, pero
también sociológicos, por eso quisimos promoverla; además, vimos allí una buena
oportunidad comercial, una franja de mercado que valía la pena desarrollar».
Enrique Díaz, Calixto Ochoa, Luis Enrique Martínez,
Alfredo Gutiérrez, Aniceto Molina, Emilio Oviedo, Adolfo Pacheco, Silvio Brito,
Otto Serge, Los Diablitos, El Binomio de Oro, Náfer Durán –con quien debutó
Diomedes Díaz en 1976-, Daniel Celedón, Los Gigantes del Vallenato, Los Betos,
Iván Villazón y Peter Manjarrés fueron apadrinados por un sello cuyo logo
distintivo –la palmera amarilla sobre el fondo verde- fue creado por Olga
Walter, responsable, también, de cientos de portadas publicadas por Codiscos en
los setenta.
Mujeres vallenateras
Con la publicación de ‘La reina del vallenato’ en 1972
–disco grabado por la cantante Cecilia Mesa y la acordeonera Rita Fernández-,
Costeño abrió puertas que durante años estuvieron cerradas en el escenario
patriarcal de la música de acordeón. Entre los ochenta y buena parte de los
noventa, Codiscos promovió el trabajo de cantantes, acordeoneras y
compositoras. Entre ellas se destacan Kissy Calderón, Graciela Ceballos y,
especialmente, Patricia Teherán, quien escribió su leyenda –antes de morir
trágicamente el 19 de enero de 1995- con tres discos registrados junto a Las
Musas del Vallenato y el inmortal ‘Con aroma de mujer’, publicado en 1994 en
compañía de Las Diosas del Vallenato.
Los Canticuentos
La cantante, compositora y periodista chilena Marlore
Anwandter se instaló en Bogotá en 1973. Durante aquellos años en los que viajó
por toda Colombia, compuso un puñado de canciones que, tiempo después, se
convertirían en patrimonio de los hogares colombianos y en uno de los hitos
discográficos de Codiscos. Durante una temporada que pasó en Estados Unidos las
grabó caseramente y luego le envió el casete al sello. Álvaro Arango, gerente,
y Rafael Mejía, director artístico, aceptaron el proyecto y en 1975, junto a un
coro de niñas y niños, grabaron el primero de cinco discos que fueron
publicados, sucesivamente, entre 1980 y 1985.
El disco del año
Respecto a este emblemático compendio decembrino, cuenta
Humberto Moreno: «Yo viajaba a todas las zonas del país para recoger
información de primera mano. Luego, en Medellín, presentamos una preselección
y, junto a Guillermo y Álvaro Arango, definíamos el repertorio final. El primer
volumen de la serie ‘El Disco del Año’ salió en 1969, justo en el momento en el
que se había fortalecido nuestro repertorio de música tropical bailable».
Surcaron las hendiduras de aquel “variado” legendario Los
Graduados, Alfredo Gutiérrez y Los Caporales del Magdalena, Los Hermanos
Martelo, Los Claves, Los Ejecutivos y Los Telestrellitas.
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